Con sólo 24 años y sin hablar una sola palabra de castellano, Miguel Nomikos Georgalos arribó a Argentina proveniente de Polonia. Ahí se había instalado para cumplir su sueño de estudiar pastelería, pero la invasión alemana sobre Varsovia arruinó sus planes.
Él, que era griego, oriundo de la isla de Quíos, decidió entonces emprender rumbo hacia un destino incierto al otro lado del mundo. Una vez en Argentina, se alojó en lo de un compatriota suyo que le preguntó qué sabía hacer para ganarse la vida y este joven inmigrante recurrió a lo que mejor le salía: cocinar.
Como cocinero, una de las primeras ideas del fundador de Georgalos fue intentar emular una tradicional receta árabe conocida como halva, pero había un obstáculo, ya que la materia prima principal, el sésamo, no se conseguía en Argentina.
Buscando cómo reemplazarlo, Miguel halló la solución en el maní, creando una pasta similar al halva. La receta fue un éxito y la producción diaria que salía a ofrecer por Dock Sud, donde estuvo su primer hogar, nunca alcanzaba, por lo que debía volver, hacer otra tanda y salir nuevamente a venderla. Así fue que Miguel Nomikos Georgalos inventó el Mantecol, en una paila de bronce que hoy sus nietos conservan. Aseguran que el Mantecol fue bautizado por una vecina que siempre que probaba el resultado de la preparación le decía: “Miguel, ¡esto es una manteca!”.
Tan bien le fue al Mantecol que Miguel pudo cumplir su mayor anhelo y traer a toda su familia a la Argentina. Llegaron sus padres, sus hermanos e incluso algunos primos lejanos, todos a trabajar en la empresa que en ese momento se llamaba la Grego Argentina, y a medida que cada uno de los Georgalos iba encontrando su lugar en la firma, adquirió su nombre definitivo.
Ya en ese entonces habían comprado la vieja cancha del club All Boys, en el barrio porteño de Floresta, donde cuentan que el Mantecol era furor durante los partidos. Hacia fines de los 50, la demanda obligó a Miguel a conseguir más materia prima, por lo que se trasladaron a Córdoba, corazón de la industria manicera. Ahí, Georgalos se hizo de un campo para plantaciones y una fábrica en Río Segundo para aumentar su producción.
En uno de esos viajes en colectivo a Córdoba se sentó al lado de quien sería su compañera de vida y un pilar fundamental para el crecimiento de la compañía. Marcela Brandan, una joven santiagueña que incorporó las tradiciones griegas tanto como Miguel incorporó el ser nacional. Juntos tuvieron tres hijos: María, Juana y Juan Miguel.
En su momento de mayor esplendor, Georgalos incursionó en los chocolates, los turrones con oblea y los caramelos e incluso exportó pasta de maní a Estados Unidos. Mantecol se consumía en todo el país, convertido en un clásico de las mesas navideñas, pero las diferencias familiares en el manejo de la empresa, la avanzada edad de su fundador y la dura crisis de finales de los 80 hizo tambalear al imperio.
Miguel Georgalos murió en 1995, dos años después de que lo hiciera su esposa. Ya en ese entonces la compañía estaba en manos de sus hijos. Estos tuvieron que enfrentar la dura decisión de vender la marca Mantecol para subsistir en pleno 2001 a la multinacional de alimentos Mondelez.
Sin embargo, en el 2022, los descendientes de Don Miguel Georgalos lograron recuperar la marca Mantecol adquiriendo la plata de producción de la empresa francesa y devolviendo la gran golosina nacional a manos de los argentinos.