Los próximos cinco años serán claves para alcanzar los hitos propios de 2035 y 2050.
La recuperación de la demanda tras la crisis del Covid-19, las limitaciones en la cadena de suministro y la invasión de Ucrania, con su repercusión en la geopolítica mundial, han conducido al sector energético a una situación extraordinariamente volátil.
En este contexto, se ha puesto de manifiesto que no podemos recorrer el camino de la transición al margen de la seguridad de suministro, porque lo que la sociedad exige es mayor ambición en la transición energética y una energía más asequible. Nuestro papel en la transición es ser garantes del suministro de las energías actuales, al tiempo que posibilitamos el desarrollo de modelos energéticos alternativos y sostenibles, como el hidrógeno verde o los ecocombustibles. Si de algo nos ha de servir la coyuntura actual es para aprender y entender que es un imperativo diversificar las fuentes de energía para paliar los efectos de la dependencia energética que sufrimos actualmente.
Aquí, las empresas energéticas tienen un importante papel que desempeñar. No hay una única opinión sobre cómo llevar a cabo esta compleja transición, pero cada vez hay más acuerdo en que se necesitan grandes inversiones para descarbonizar nuestros sistemas energéticos y el transporte. Necesitamos mecanismos de financiación innovadores y normativas claras que apoyen a los sectores público y privado para hacerlo posible.
Por su parte, los gobiernos pueden ayudar proporcionando permisos, fondos y apoyo político para la infraestructura requerida para que las empresas y los países logren la neutralidad de emisiones.
Las políticas públicas deben orientarse a crear estabilidad y certidumbre regulatoria para atraer inversiones en el medio y largo plazo y garantizar la competitividad de sus industrias.
Los próximos cinco años serán determinantes para alcanzar los hitos clave de 2035 y 2050. Cooperar y colaborar es esencial para mejorar en poco tiempo, pero también reflexionar y alcanzar compromisos que nos abran camino en las próximas décadas. Las empresas y el sector público deben trabajar juntos para encontrar soluciones a través del desarrollo tecnológico y la innovación para construir un modelo energético descarbonizado y asequible.
En este sentido, contar con el apoyo ciudadano es fundamental, y por esto, es imprescindible paliar las consecuencias económicas de la transición o de lo contrario, la ciudadanía se opondrá a ella. La transición energética no puede dejar a nadie atrás, por lo que tampoco nos podemos olvidar de las empresas y de los demandantes de energía: el transporte, la industria y los edificios.
El futuro no es todo eléctrico, seguiremos necesitando los combustibles líquidos. En la actualidad, la economía mundial funciona con aproximadamente un 20% de electricidad (de la que un 38% procede de fuentes de energía limpias) y los combustibles fósiles suministran más del 70% de la demanda final. El objetivo de nuestra industria es sustituir esos combustibles por otros que no generen emisiones de carbono gracias a la sustitución del petróleo por otras materias primas.



