La región está captando enormes inversiones para construir centros de datos: instalaciones físicas que albergan servidores, redes y unidades de almacenamiento para ejecutar aplicaciones y otros servicios digitales. Pero que demandan enormes cantidades de agua y energía.
Desde México hasta la Patagonia, de manera silenciosa pero constante se instala en América Latina la estructura material que sostiene la revolución digital global: los enormes centros de datos que almacenan los servidores de las principales empresas tecnológicas del mundo.
La región está captando enormes inversiones para construir estos datacenters, que consisten en instalaciones físicas que albergan servidores, redes y unidades de almacenamiento para ejecutar aplicaciones y otros servicios digitales. A pesar de convulsiones políticas y económicas, América Latina ofrece ventajas para estos proyectos intensivos en capital, como la abundancia de energía renovable, recursos naturales como metales y tierras raras, mano de obra local calificada y, en algunos casos, jurisdicciones favorables o incentivos fiscales.
Mientras empresas como Google, de Alphabet Inc., y Amazon.com Inc. buscan emplazamientos para respaldar sus servicios en la nube y de inteligencia artificial, la huella digital de la región se expande. Según IDB Invest, división del Banco Interamericano del Desarrollo, las inversiones en centros de datos se duplicarán en pocos años: de unos 5.000 millones de dólares en 2023 a casi 10.000 millones en 2029.
Arizton Advisory & Intelligence prevé que la cuota de América Latina en el mercado mundial crecerá del 1,7 % en 2024 a más del 2,1 % en 2030. Además, la capacidad energética de la región para centros de datos alcanzaría 2.820 megavatios (MW) en 2035, de 1.450 MW actuales. Para comparar, la represa Hoover, una de las mayores hidroeléctricas de Estados Unidos, tiene 2.080 MW en capacidad instalada.
Impacto económico de los datacenters
Considerando que los centros de datos de gran escala suelen requerir cientos de millones de dólares, su impacto económico puede traducirse en mayor productividad, mejor infraestructura, desarrollo industrial y crecimiento económico.
Sin embargo, esta tendencia también conlleva riesgos: los centros de datos consumen enormes cantidades de electricidad y los proyectos de Inteligencia Artificial (IA) más avanzados requieren tanta energía como una ciudad. El agua para refrigeración es esencial, así como grandes extensiones de terreno.
Es crucial que estas inversiones se realicen de forma sostenible y respeten el entorno y las comunidades que las rodean. América Latina, una de las regiones con mayor biodiversidad del planeta, tiene una larga historia de conflictos sociales por la explotación de sus recursos naturales. Algunos centros de datos ya han generado controversia y el riesgo se incrementa si no se regula la llegada de nuevas instalaciones.
A pesar de lo atractivo del negocio, no se puede perder de vista cómo los avances tecnológicos, especialmente la IA, pueden profundizar las desigualdades en una región ya marcada por fuertes disparidades sociales.
Expansión en la región
Algunos gobiernos han empezado a actuar, colaborando con el sector privado, autoridades regionales y grupos civiles para garantizar que las inversiones no causen escasez energética y malestar social. Chile lleva años impulsando la transformación digital y encabeza rankings regionales en IA. El gobierno del presidente Gabriel Boric lanzó en diciembre un plan estratégico nacional para captar inversiones y consolidar al país como centro digital de la región.
El gobierno chileno está en conversaciones con varios grupos empresariales para definir ubicaciones adecuadas, tras realizar un mapeo geográfico del país. También coordina proyectos con distintos actores, según Aisén Etcheverry, ministra de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación.
El objetivo, según explicó Etcheverry, es atraer inversiones y generar capacidades estratégicas locales “de manera acelerada y además sustentable”. “América Latina tiene una oportunidad de ser un actor relevante, un actor soberano y también un actor que incida de manera activa en el rol y el rumbo que toman estas tecnologías en la construcción de nuestras sociedades. Y esa oportunidad es una oportunidad cierta, no es voluntarismo”, enfatizó.
Chile espera añadir treinta centros de datos de gran tamaño hasta 2028, frente a los 22 actuales, lo que requerirá una inversión superior a los 4.000 millones de dólares. Aunque la mayoría de estas instalaciones se encuentra en el área metropolitana de Santiago, por su infraestructura eléctrica y conectividad de fibra, el gobierno ha identificado nuevas ubicaciones, como Antofagasta y Atacama. Allí, las empresas interesadas pueden aprovechar la energía renovable y la proximidad a clústeres científicos e industriales.
Brasil también trabaja en un marco regulatorio con incentivos fiscales para fomentar la industria. Aunque los centros de datos no generan muchos empleos, los que sí crean suelen ser bien remunerados y requieren alta calificación. Además, son clave para cualquier política industrial y para consolidar cadenas de suministro locales. También tienen una dimensión de seguridad nacional: casi el 60 % del procesamiento de datos de Brasil se realiza actualmente en Estados Unidos por razones de costo. Reducir esta dependencia haría al país menos vulnerable ante interrupciones.
Puede que suene ambicioso, pero plantearse como algo realista que los principales avances tecnológicos no ocurran lejos de América Latina no debería ser una utopía. En un mundo cada vez fragmentado, tomar la delantera en normativas e impulso a la industria de los centros de datos puede darle a la región ese lugar preponderante que, por una u otra razón, siempre se le niega.